miércoles, 23 de noviembre de 2016

Fémina felina o un aura de “nada importa” terriblemente encantadora

 Uno. Hay un gato en un tejado, camina sobre los techos de colores pasteles descascarados. Sigiloso se detiene, mueve sus orejas en múltiples direcciones, pasa un mariposa e intenta cazarla. Ahora, hay una mujer estremecida por los ritmos electrónicos parisinos, felicidad interna que burbujea, movimientos suaves y seductores.


Las cejas oscuras de Saía Rivera enmarcan su rostro. Las pocas palabras construyen un muro de hielo que la rodea: cristal que solo ella puede romper. Sigilosa, se aproxima con una mirada reflexiva que elige donde posarse. El mundo da vueltas en su cabeza, tantas cosas por decir, pero solo tres palabras salen de su boca: inspiración, los gatos. ¿Serán esos gatitos comunes utilizados para las presentaciones básicas tipo Power Point?, me pregunto. ¿Gatitos sostenidos en una cuerda,  con caras felices, gatitos con corazones? Pero ella me dice siete palabras más para borrar mis pensamientos: una mujer que se convierte en gato.


Dos. El felino camina por un cable, la cuerda floja lo sostiene. La mujer que no habla, satisfecha observa y baila. El gato avanza sobre el vacío. Ahora la fémina es una niña misteriosa, adolescente dulce, inocente, pero cazadora. Los dos saltan disfrutando de la caída mientras miran el cielo de nubes algodonadas.


Saía empieza a hablarme y el cristal se agrieta: los cinco capítulos del portafolio están ilustrados con experiencias felinas y con una búsqueda de características similares entre el animal y la mujer. El interés por los insectos para Comunicación, el gusto por la leche para la Editorial, los pájaros para Mercadeo, los peces para el Proyecto de Grado y las alturas para Creatividad. Al final me dice: quiero encontrar un aura de “nada importa” terriblemente encantadora.


El portafolio en blanco y negro con acentos rosa que marcan el misterio y la feminidad. En las primeras páginas hay tres textos que hablan de los 90, otro del encuentro entre Christian Dior y Yohji Yamamoto, y finalmente uno sobre los desfiles de la Maison Margiela, todos escritos con una precisión exquisita y acompañados de collages de mariposas.  

Después, encontramos cómo la leche blanca combina con la inocencia de esas pequeñas suicidas que Sofia Coppola imaginó hace más de dos décadas. La modelo tiene un maquillaje natural, faldas de volados y vestiditos de seda que contienen la sensualidad. 

En la sección de Mercadeo, las mujeres pájaro ilustran tanto la nueva línea de maletas pensada para Comme des Garçons como el estudio de Tennis, la marca juvenil colombiana, que aparece acá llena de frescura y de posibilidades. También elabora la oportunidad de mercado para la marca Gucci con un perfume para esa nueva mujer creada por Alessandro Michele que posa acompañada de animales en las fotos de las campañas, vestida con un look terriblemente intelectual. Estrellas ilustradas a mano acompañan las imágenes del capítulo. 

En la cuarta parte del portafolio, la del Proyecto de Grado, Saía propone una agencia de consultoría que busca asesorar marcas colombianas y potenciar su comunicación en el exterior. Miles de peces nadando en profundidades extrañas y desconocidas de la moda, una empresa guía aparece entonces para este mercado en expansión.

Al final, el capítulo sobre Creatividad está construido desde las alturas: escaleras y techos que se convierten en territorios puramente felinos. Los perfumes para la Maison Margiela o los figurines ilustrados para la casa Chloé como aires de Francia que enmarcan a la mujer felina lanzándose al vacío porque sabe que caerá de pie.


Tres. Siete o nueve vidas: la seguridad en su cuerpo. Fémina contemporánea que recorrerá las ciudades, Bogotá, París, Barcelona con esa mirada penetrante que no va a envejecer. Tampoco el oído agudo y menos su forma sigilosa de actuar desparecerán: la línea salvaje seguirá latente.


Saía rompe por completo el cristal, recuerda a Coco, su felino introvertido que la acompaña en su  soledad. Su cabeza vuela de vuelta al jardín de Gucci rodeado de conejos y tigres. La mía, en cambio, se pregunta: ¿será ella el gato de los tejados o la mujer bailando ritmos electrónicos en París? No lo sé, sin embargo conozco el caos creativo en su mente casi animal así como el placer que experimenta al buscar la esencia y la estructura. Calmada y pausada me dice: siento que tengo muchas cosas por decir, pero me quedo en silencio. Luego su mirada sofisticada pasa a otro plano.


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