Tácticas femeninas: Bomper Jacket
A veces siento que entre dos que se rompen la cara a trompadas hay mucho más entendimiento que entre los que están ahí mirando desde afuera.
Julio Cortázar
10 p.m. Abren la puerta de mi cuarto, mis hermanos entran sin prender la luz y cada uno me da un beso en la mejilla. Salen y cierran.
11. p.m. Vértigo Campoelías es el lugar de encuentro de esta noche. También van a TVG y después a Cámara de Gas, un recorrido completo por los bares alternativos de Chapinero. La mayoría son hombres, casi todos con pantalones entubados y remangados, algunos afortunados con Doctor Martens negras o vinotinto, el resto con botas grulla o estilo militar compradas en la Primera de Mayo. Cadenas y bomper jackets azules. Casi todas las cabezas están rapadas.
Yo, era una llorona para ellos, debía tener unos cinco o seis años cuando me aprendí el nombre de su subcultura, SHARP: Skinhead Against Racial Prejudice. Y no solo sabía su significado, llegaba a ademas a predicarlo con orgullo, porque conocía su estética y su música: skinhead ska, algo de punk y Oi! Pero ignoraba el fondo.
1 a.m. Van caminando por la carrera 13. Hoy, Disolución Mortal tocará en una casa en Bosa. Todos beben cervezas y hay una bolsa de papel que va pasando de mano en mano junto a una latica de leche condensada. Brandy Domeco para calentar la noche.
2 a.m. Pogo, patadas y luego pelea. Botella en la cara y nariz reventada. El resto del parche se alista para el bonche y una de las chicas con la mitad de la cabeza rapada, minifalda de cuero y medias de malla se cuelga en la espalda del agresor, le tapa la cara con las manos y lanza un grito de guerra. Todos los del grupo se voltean sus chaquetas MA-1 de ALPHA INDUSTRIES compradas en algún almacén de segunda para mostrar el lado naranja y saber quién está con quién.
No, yo nunca he usado una MA-1, pero sí que la deseé sin saber nada de su historia. Cuando acompañaba a mis hermanos a buscar sus prendas de combate en almacenes militares por Galerías, yo solo deseaba encontrar una bomber de mi talla. Me probaba las de ellos que me quedaban volando, pero el delirio por el color azul oscuro era más fuerte y llegaba con una sensación de protección.
3 p.m. En plena acera todos descansan, fuman y ríen de su noche, por su violencia contenida y estallada: adrenalina que se produce en cada uno de los golpes. Sus bombers hablan de guerra, de una herencia militar que quedó grabada, pero el nylon ya no protege de las temperaturas bajo cero y el naranja no ayuda a la visibilidad del rescate.
4 p.m. Mis hermanos vuelven a casa, por suerte el golpe en la nariz podrá disimularse y la sangre se quedará en la ducha. Unas cuantas gotas en la camiseta pasarán desapercibidas. Se alistan para dormir tranquilos con la adrenalina aún recorriendo su espina dorsal.
7 a.m. Estoy en el corredor sin poder entrar a sus cuartos, me quedo mirando las puertas y me siento diminuta, entre mis vestidos de organza, bordados y encajes de los que me agarro para no caerme. Uno de ellos me abre la puerta y entro al cuarto azul. Me pongo la chaqueta gigante y me siento en el piso pero recostada en la cama, prendo la tele buscando las Guerreras Mágicas y mi hermano dormirá un poco más.
Tengo las puertas cerradas en mi memoria y el deseo de querer abrirlas. También, la visión de los dos cuartos desde el corredor: uno era un cuarto azul con postales pegadas en la pared y dibujos expresionistas, el otro, tenía las paredes rojas lleno imágenes subversivas con cinta transparente en las esquinas, muchas fotos de encapuchados y rebeldes, casi todas en blanco y negro.
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Casi siempre hay un dolor escondido
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Chitose Abe en un ring de boxeo mientras Hugo Ferdinand, elegante, esconde la violencia que corre por sus venas. La diseñadora de Sacai, la marca japonesa, elige el traje perfecto: el trench coat verde militar con blonda azul mediterráneo en mangas y costados. Será guerrera y fémina al mismo tiempo. En cambio, Hugo Boss intenta encontrar algún escuadrón de protección, todos esos hombres uniformados que vistió en los años 40, pero como ésta solo en ring, piensa en usar el traje de guerra tradicional alemán: camisa blanca, chaqueta hasta la media pierna, pantalón entubado en los gemelos pero abombados en los muslos, botas de cuero, guantes y correa del mismo material. Todo negro menos la camisa y la banda roja en el brazo izquierdo que lleva la esvástica con orgullo. Ferdinand aprovecha la transformación de su marca para olvidar que esclavizó a 180 trabajadores judíos en sus fábricas. Elige para esta ocasión un traje masculino contemporáneo: camisa blanca, sastre gris, corbata negra y gabardina color mostaza para terminar el look.
Abe con sus facciones un tanto coreanas y Boss con su bigote enrollado. Se miran y suena la campana.
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Dudar por un segundo y querer volver al pálpito inicial
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Mi historia se congela en la memoria y mis hermanos guardaran los recuerdos de su juventud como flashes. Los 90 pasaron dejando su estética latente mientras la estilista Lotta Volkova anuncia que las subculturas han muerto y el remix es la característica que nos marca. Pero la violencia aún estremece las calles bogotanas.
La 13, la treinta o las noches de Kennedy donde se vive con furia la nueva ola de skinhead colombiana siguen aquellos parámetros de los 90 colombianos y los 80 europeos. Esos chicos bien criollos saben muy bien que los chicos trendy, también criollos, han usurpado los iconos de su subcultura y quieren venganza. Así que, si una noche andas con tu imitación MA-1 comprada Bershka o en Forever 21, y ves a un calvo con la chaqueta voleada viniendo hacia ti para atacarte, o corres o peleas.
Abe entiende por completo este siglo: la mezcla de siluetas en una misma prenda, el remix de texturas contradictorias, una mujer que interviene los iconos y los reinventa, la capacidad de crear a partir de la reconstrucción. En cambio Boss se quedó en el pasado, en el horror, en la violencia y en la guerra, así que no es nadie, solo una marca con más de seis mil tiendas en todo el mundo. Chitose Abe porta los Nike que le darán velocidad y frescura, y con rapidez envuelve a Boss en unas telas sintéticas de colores flourecentes y comienza a jalar los extremos de las telas. Has robado mis íconos, grita el señor Ferdinand. Abe sonríe y sigue apretando. Bienvenido al siglo XXI, le dice ella, donde nada es rojo o negro, naranja o azul. Y sigue jalando.
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No podemos esconder lo que en realidad somos
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Y si decidiste pelear por tu imitación MA-1 puedes alistar los nudillos u ofrecerle un cigarro a ese skinhead que quiere atacarte mientras le cuentas que la bomber hace parte de la mezcla del siglo XXI, que Marilyn Monroe usó una MA-1 cuando fue a visitar los campos de entrenamiento estadounidenses durante la guerra de Vietnam. O que Steve McQueen inmortalizó el modelo en la película The Hunter en los 80. También que Gaultier la impuso en las pasarelas parisinas desde 1988. O le tiras alguna dato curioso como que primero el cuello era de piel, pero el cuello tejido permitió el doble faz. Y si no funciona, no hay que olvidar que en los 90, malandros de la Perseverancia robaban a los calvos porque deseaban sus chaquetas originales.
15 años después, los cuartos de colores de mi infancia son blancos. Uno de mis hermanos sigue usando la MA-1 y el otro tiene su traje Boss azul oscuro entre el armario. Y yo —suspiro— deseo con locura alguna de las prendas de Sacai: una de esas que son todas a la vez, el trench militar con blonda azul, o uno de esos vestidos asimétricos con plisados en la espalda o, cualquiera que demuestre que el remix que hace parte de mí.
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