martes, 19 de marzo de 2019

BISTURÍ


Todo es putamente difícil y hermoso.
T. G.

Este libro requirió una libertad tan grande que tuve miedo de darla… Yo soy mas fuerte que yo.
C. L.

… precisamente en las escuelas  donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.
J. C.


Caos, anarquía, libertad. Todo lo que tememos pero no entregamos, la fuerza que se contiene al evitar el salto, el golpe. Llegar al límite de sí mismo como dijo Cortázar en 1963. Karen Garzón siempre lo hizo, siempre estuvo dispuesta a utilizar el bisturí y a diseccionar la moda, a verla casi como con  un microscopio; a tratarla como un objeto de estudio en una bitácora científica, a analizar las cadenas de tendencias, las virulencias y dicotomías en bata blanca como en los talleres de Dior o en los de la Maison Margiela.

Los opuestos están presentes: la moda en azul cobalto y a la vez en rojo escarlata. La moda llena de oxígeno pero también de carbono. Negro, tejido negro para repensar la moda, negro como mecanismo de adaptación, después como micropartículas que mutan y no se preocupan por la forma ni el color. Gonzalez, Lispector y Cortázar, porque nada es suficiente cuando algo inconcluso toca los extremos. Otra vez las eternas dicotomías.


Tal vez fue mejor así, sin reunirnos para tomar un café ni comentar la inspiración de este portafolio que respira contracultura. Karen desde el primer día de clases se animó a firmar el acuerdo intangible en la primera clase: la moda es un objeto de estudio, una verdad temporal que podrá ser cuestionada en unos años. Pero por ahora la moda es una ciencia experimental que se mira con lupa, una composición química por descubrir que se inhala, se voltea, se congela o se torna gaseosa. De lo contrario tan solo será una cadena de superficiales repeticiones que nos seducirán con su brillo. 


Así que no hay más. Un prólogo muy corto, diminuto ante las posibilidades, ante las excusas:  la más grande es saber que Karen Garzón siempre aceptó el juego, llegando al límite de lo posible, un jazz infinito como recuerdo de que el quehacer docente muere si no estamos consumiendo el mismo aire. Y Karen respiró Kawakubo, también Margiela, y a la vez Sozzani, pero más Kawakubo, siempre Kawakubo, etcétera, etcétera.



Prólogo realizado para el portafolio de grado de Karen Garzón

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