viernes, 31 de mayo de 2019

La máscara: prácticas de descubrimiento

Poseer una máscara es ver el mundo de otra manera anoté en mi celular y seguí detallando las piezas flotantes de la exposición temporal Primeras Naciones de Canada, culturas y artes vivas en el  Museo del Oro. Mi máscara favorita en ese entonces, mediados de noviembre del 2017,  es el tocado gigante en forma de pez espinoso con  color esmaltado  aletas, espinas y boca movedizas. “Todo es uno: todas las cosas y todas las personas están conectadas” según uno de los textos curatoriales. Es así como los animales, mitos y ancestros, cobran vida  en las tallas de cedro, en los cantos y las ceremonias dramáticas, en el deseo de recuperar todo lo que les fue negado: un siglo de prohibiciones.

Durante todo ese tiempo la frase estuvo entre las notas de mi celular, ahí, mientras revelaba algo que aún no era evidente. Pensar en el uso de máscaras me llevaba a connotaciones negativas, quien cubre su cara es para no ser reconocido y esconde su verdadero ser. Además, hay que desenmascarar al impostor porque queremos conocerlo tal como es, sin cambio ni transformación, lo que es y será para la eternidad. Pero, ¿solo se porta una máscara para los otros? Según el guía de la exposición no: llevamos una o múltiples máscaras para nosotros, solo si nos atrevemos al juego.

Y la moda sí que invita al juego constante  como si cada temporada fuera una nueva tirada de dados. El puesto más excéntrico se lo lleva John Galliano por sus maquillajes de sombras de mil colores explosivos que agrandan los ojos y boquitas de geisha  bien cerradas. Blanco, rojo, rosa o celeste, toda la paleta de color ha pasado por su cabeza: los rostros de Galliano son antifaces que se transforman. Otro ejemplo es el dúo holandés, Viktor and Rolf,  quienes han trabajado en varios de sus desfiles la idea de muñeca,  las cabezas de más de un metro tapando la cara de las modelos con los ojos y boca pintadas, impactaron las pasarelas del año pasado. Las esferas iban desde un tono de piel blanca hasta la más oscura, dando una muestra de la diversidad cultural. Fue un choque ver esas muñequitas, no se sabía muy bien qué era lo que querían con su cara sonriente y ojos siempre abiertos.

Las caretas conjugan la diversión de la moda: ¿show o poesía? Es un gesto que se inspira en lo concreto. El poeta francés Stéphane Mallarmé, también nos habla de las experiencias de simultaneidead, tal vez su bigote fue su máscara concreta pero más lo fueron sus alter egos. Miss Satin con su carácter estricto propio de una profesora inglesa dictando la norma y recomendando la postura correcta o Marguerite de Ponty con sus artículos de moda y arte cargados de erotismo. O mejor aún alguna mujer inmigrante de las tierras meridionales que le brindaba a las parisinas del siglo XIX alguna receta del trópico como el Gumbo o la mermelada de coco. Mallarmé se borraba con bigote y todo para convertirse en critico de moda, para vivir el placer del estilo desde diversas pieles, y no era para evitar el escarnio público por trabajar en revistas de vanidades. No, las codiciadas plumas de Balzac, Gautier y Oscar Wilde entre muchos otros, fueron publicadas en revistas femeninas y con nombres propios. Acá hay constancia de que Mallarmé se descubría gracias a sus seudónimos por puro placer, para palpar el mundo con otros ojos, donde no hay un absoluto y lo neutro se diluye entre telas satinadas y sombreros emplumados. Máscaras que nos transforman. 

Hoy, principios de marzo, mi favorita es la pieza realizada por Freda Diesing en los años 80. Representa a un hombre, también con bigote, pero con los labios bien rojos. ¿Maquillaje? Puede ser.  Sus párpados están punteados por un azul celeste, y toda la zona derecha tiene pintada una mano en el mismo rojo que la boca: el brazo sostiene un pincel; el pelo representa el cielo oscuro, y los ojos el cielo azul, es mi propia historia, cita la artista. En esta pieza no hay mito, tampoco un ser sobrenatural o un cuarzo poderoso. La máscara flota y pasa desapercibida entre las grandes creaciones de sus colegas y el efecto de continuidad presente en la exposición. Freda Diesing habla de ella, de su maquillaje, deja de ser una muñeca para portar una cara de hombre y así ponerse a tallar. 

Artículo publicado en Arcadia Digital el 28-02-2018 www.revistaarcadia.com

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